13 noviembre 2024

La comedia nueva o El café

Siempre es un placer leer a los neoclásicos: otra cosa no tendrán, pero si están en el canon es por ese español claro y elegante que lucen. Pocas sorpresas al leer esta comedia, cuyo tema conocemos todos lo que hemos estudiado el bachillerato. Dos actos le bastan a Moratín para afirmar sus ideas sobre el teatro, que más bien eran hartazgo de las malas imitaciones de Calderón que se gastaban en su tiempo. Suele pasar: cuando un estilo decae, el empalago que provoca se hace extensivo a todo el repertorio, incluidas las obras maestras. Los neoclásicos, hartos de los Comella y demás, creen que el vicio es español y la virtud foránea y se ponen a alabar a lo francés como solución a los subproductos que subían a los escenarios, con gran aplauso del respetable, eso sí. Desde nuestro tiempo, en cambio, lo que resulta empalagoso es ese paletismo que lleva a estar pendiente todo el rato de qué dirían los extranjeros: ah, si los franceses pasaran por aquí y vieran esos engendros… Venga ya. Mil veces una décima de Calderón antes que una ristra de alejandrinos de Racine.

Aparte del malo (el autor de la “comedia nueva”) y del bueno (don Pedro, el hombre del buen gusto y de las reglas del arte) aparecen don Antonio, otro enterado pero frívolo, que no quiere desengañar al poetastro por tener de qué reír; Hermógenes, el pedante aprovechado, el más malo por hipócrita; y la mujer y la hija del vate, la una colaboracionista en los crímenes del marido y la otra víctima de las manías teatrales de ambos.

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