20 enero 2016

La condición humana


Pocas veces me sucede empezar una novela sin la menor idea de su contenido, y es una de las mejores sensaciones que se pueden experimentar como lector. De La condición humana solo conocía su lugar en la primera división de la narrativa del siglo XX, por así decirlo, y que era el título más representativo de André Malraux. Fue sorprendente descubrir que se desarrollaba en la China, y en unas circunstancias históricas que me eran prácticamente desconocidas, con el enfrentamiento entre el partido comunista y el Kuomintang, en 1927. El arranque resultaba además bastante misterioso, ya que nos sitúa, muy cinematográficamente, ante una situación límite de la que no se nos dan antecedentes: un tipo a punto de asesinar a otro que duerme en una cama con dosel. Las reflexiones del asesino dan la pauta de lo que será la novela: un gran interrogante sobre la vida y la muerte con el trasfondo de uno de tantos momentos azarosos de la historia del pasado siglo. Unos tipos que ponen su vida al tablero por un ideal político sin tener idea de qué puede suceder cuando les den mate, lo cual acaba sucediendo en el caso de los más arriscados. Estos conviven con los que prefieren pasar por la historia sacando el máximo partido material y arriesgando lo menos posible, pero para estos tampoco hay tranquilidad espiritual.

No es, por tanto, una historia de buenos y malos, a pesar de que a los comunistas les toque bailar con la más fea y acabar reprimidos brutalmente. Malraux forma parte, más que del partido comunista, de lo que René Albères llamó cultura de la acción, por lo que son los personajes que se juegan la vida los que resultan más justificados en medio de un mundo de inseguridades.

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