17 noviembre 2015

Yo soy Juana de Arco. O Charles de Gaulle


Puede que lo que voy a decir parezca una salvajada, pero el hecho es que no me llaman nada esas demostraciones colectivas de consternación que suelen organizarse tras una masacre en suelo europeo o norteamericano. ¿Ahora nos desayunamos con el misterio de iniquidad? ¿Nunca ha matado la gente, por un montón de causas, unas más explicables, otras menos? No estoy justificando nada, simplemente constatando que el ser humano, a veces, comete maldades, y no puede uno comportarse como si eso fuera cosa de la famosa Edad Media.

La gente mata y es terrible, pero en lugar de horrorizarse como niñas bobas lo que procede es que quien tiene el monopolio de la violencia en los Estados de derecho persiga a los criminales, los cuelgue de los compañones en sentido real o figurado y tome rápidamente las medidas encaminadas a evitar una repetición del acto. Por supuesto, no deben faltar las honras fúnebres, públicas y privadas, a las víctimas. Pero tal vez sobren esas solemnes representaciones de un horror por lo demás efímero, sobre todo cuando, como suele suceder, se conciben como alternativa a la represión, que se entiende como  venganza, y las anima un sospechoso espíritu de equidistancia y de compunción por la parte que se supone que le tocaría a nuestra sociedad por haber hecho actuar de modo tan espantoso a esos muchachos a quienes han idealizado los libros escolares y la grotesca clerecía instalada en los centros de enseñanza.