
De hecho, como observa Giles Macdonogh, los alemanes
recibieron con bastante docilidad el castigo impuesto por los vencedores, y se
dejaron desnazificar con la cabeza gacha, en un mea culpa
colectivo que para sí quisiera cualquier aspirante a asceta cristiano. Y eso
que la desnazificación implicaba arrancar de raíz cualquier adhesión no
sólo al nacionalsocialismo, sino al todo el imaginario histórico-legendario
alemán, en un afán de cortar por lo sano que continúa hasta hoy.
El libro se subtitula Crimen y castigo en la posguerra
alemana y, en efecto, Macdonogh nos muestra con profusión de datos
cómo el castigo cruzó con bastante frecuencia la frontera del crimen, desde ese
caos ("El caos" es el título, bien expresivo, de la primera parte) en
que se había convertido Europa central en mayo de 1945. Fue un segundo
holocausto del que apenas hay películas. Macdonogh deja que lo datos
hablen por sí solos, sin apenas valoraciones, y desde luego sin dejar que las
barbaridades de los vencedores atenúen un ápice las cometidas por los vencidos.
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