07 mayo 2012

Marina

Óscar, enigmático y solemne, nos cuenta en la obertura de esta danza macabra que una semana de 1980 desapareció del mapa. No es para menos, después de vivir una apabullante historia de miedo que termina con una ruptura de corazón. Imaginen ustedes todos los elementos de la novela gótica a pleno rendimiento: apariciones fantasmales, mansiones vetustas, gatos negros (si es que "Kafka" era negro, que no me acuerdo), muertos que se levantan, doctores chiflados, teatros abandonados, viejas divas muertas en vida, asesinatos espeluznantes, internados, pálidas damitas, sirvientes sospechosos, noches heladas, hijos que no lo son de quien se pensaba, invernaderos, cementerios, ráfagas de viento, puertas que chirrían, hedor a muerte, todo en una trama a medias entre Frankenstein y el doctor Moreau. Lo curioso es que ni a Óscar ni a Marina les han dado vela en ese entierro, aunque se pongan a jugar a detectives como si les fuera en ello la vida; y con tal éxito que todo el mundo se les confiesa a la primera de cambio, en auténticas piezas oratorias de esas que normalmente se dejan para el final del novelón. En definitiva, comicidad involuntaria a raudales, aumentada por esas sentencias casi zapaterianas que emiten de vez en cuando algunos personajes, sobre todo los zarandeados por la vida y de vuelta de todo, en plan estoico. Y, sin embargo, la novela no se te cae de las manos, gracias a ese manejo de los recursos narrativos que tiene Carlos Ruiz Zafón, insisto, sobresaliente en taller de narrativa. Es más, diría que Marina, aunque pase por obra menor, es por lo menos mejor que El juego del ángel, que tanto vendió y que es lo otro que conozco de su pluma.


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