Garzón sabe que lo suyo con el franquismo no tiene posibilidad de prosperar, así como debía saber que su actuación en lo de Gürtel violaba las garantías más básicas. Pero a Garzón no le interesaba sacar adelante una u otra causa judicial, sino contribuir a afianzar una visión de la historia.
Juzgar hoy los crímenes del franquismo, sea lo que sea lo que se entienda por tal, es como pretender encausar a los aliados por los crímenes cometidos en Alemania al término de la segunda guerra. Podría hacerse, pero tiene muy poco sentido no sólo por los años transcurridos sino porque, al fin y al cabo, el orden político actual se asienta en gran parte en aquella victoria. Igualmente, nuestra democracia desciende en línea recta del franquismo. La izquierda, sin embargo, a falta de otros elementos de credibilidad, necesita hacer ver que los españoles nos liberamos de un régimen despótico con gran esfuerzo, sobre todo, de ella misma, fundando algo nuevo sobre el repudio de lo anterior. Hablar de los crímenes del franquismo, cuanto más mejor, ayuda a cimentar esa idea. A Baltasar Garzón le importa muy poco acabar como héroe o como mártir, pues de hambre no morirá y el honor y el deshonor los otorgan hoy los medios. Si encima puede presentarse como víctima de los corruptos herederos del régimen por antonomasia, miel sobre hojuelas. Porque no es parte menor de la jugada el asociar de modo permanente al PP con el franquismo.
Poco importa, pues, el resultado: el objetivo está cumplido. Lo único que podría acabar con el héroe o el mártir es el tercer juicio, el que le muestra a él mismo como corrupto, aunque prescrito.
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