20 febrero 2012
Calix
No le importa a su autor que se note que Calix es una especie de... desmitificación, por aceptar una palabra tan manida; una desmitificación del género histórico-esotérico que inició el inefable Código Da Vinci, fenómeno asimilable a los libros de caballerías por lo que logró cautivar a un amplio público desde unos presupuestos literarios deleznables. En tiempos de crisis de la lectura, ese éxito vino a ser un sarcasmo añadido.
Desmitificación, porque de lo que trata Sergio Lechuga Quijada es de rebajar la importancia de lo esotérico, viniendo a quedarse con lo histórico y dando a una trama que tiene como centro al Grial un final casi de Jardiel Poncela. Para misterio, dice, tenemos bastante con la Eucaristía; si el cáliz de Valencia es el auténtico cáliz de la Última Cena, importa poco, y no digamos lo que importan, cara a la realidad, las fantasías tejidas por mentes calenturientas en torno a ese objeto.
La novela sigue el esquema de sus modelos, alternando una trama policíaca más o menos actual (en este caso situada en la guerra del 36, mejor dicho en la inmediata posguerra) con un relato histórico que aquí sigue a lo largo de los siglos la peripecia del santo cáliz de Valencia. La trama no está mal urdida pero se anima sólo en el último cuarto del volumen, tras dejar atrás ratos cercanos al bostezo. Hay una clara (y loable) intención de dejar bien parada a la Iglesia, frente a sus modelos, y a cambio se la carga la Falange, que para eso está; y los nazis, claro.
(Me choca comprobar, por las imágenes, que el autor ha eliminado su primer apellido en ediciones posteriores. Es más elegante, no cabe duda).
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