Bueno, en contra de lo que pensaba, estas vacaciones me permiten un acceso a internet, así que seguiremos perpetrando piensodeques de vez en cuando.
Leo con horror a José María Marco. El libro de Paul Gottfried, La extraña muerte del marxismo, me hizo quitarme el pelo de la dehesa y darme cuenta de que eso de la memoria histórica no es un asunto sólo español, sino que en toda Europa ya se había llevado a cabo, sobre todo en Alemania, como proceso de reeducación. Marco aporta nuevos casos, sobre todo en Sudamérica, con la retirada de las estatuas de Colón y la promoción del indigenismo. Pero lo que más asusta, hasta el punto de que uno no se lo cree, es esa glorificación de la figura del desertor, que hasta ahora pensé circunscrita a una Mari Trini en decadencia, pero en la que se llega a pringar nada menos que Sarkozy. Asusta porque a un desertor se le puede compadecer, incluso comprender, pero lo que no puede es ser objeto de homenajes oficiales, y cuando eso ocurre sólo cabe concluir que estamos cada día más enfermos. Me acuerdo de Astérix en Córcega:
-Y el que deserte, será castigado como se merece.
-(Un legionario a otro) ¿Y qué es lo que se merece un desertor?
-La cruz. Pero no la de servicios distinguidos, ¿me entiendes?
Cómo cambian los tiempos, Venancio.