03 abril 2007

Palos de ciego


No es mala idea la de novelar la vida del ciego del Lazarillo. Lo único, que Eduardo Alonso no ha sabido comunicar a la historia auténtico interés. La cosa se reduce a unas cuantas anécdotas traídas por los pelos, que recuerdan vagamente las peripecias habituales en la picaresca. Otra cosa es el estilo: en ese aspecto, impecable. Alonso conserva el sabor inconfundible del castellano clásico sin que deje de ser una narración fluida, quiero decir que al mismo tiempo tienes la impresión de leer una novela actual y de saborear a un Salas Barbadillo o un Espinel. Esto es un mérito y hay que reconocérselo. Es una gozada de prosa.

La novela es burdelera, pero no carga las tintas, menos mal. Aunque quizá se haya contenido porque se la publica una colección destinada a los jóvenes. Tampoco (segundo milagro) carga las tintas en la crítica al estamento clerical. Todo el mundo es aquí un sinvergüenza, pero en todo momento se tiene la sensación de que es un juego, un divertimento.

Me gusta el detalle del reencuentro entre amo y mozo, pero se echa de menos una mayor profundidad. El que el público vaya a ser joven creo que no es un obstáculo para ello. En fin, toda novela que tenga algo que ver con Lázaro de Tormes sufre la desventaja de la comparación con el original. ¿Quién sería el que escribió aquello?

Nota redactada en febrero del 2002.

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