No gusto de penas una vez he cenado.
Pisístrato, en Odisea,
canto IV
Dice Miguel Ángel Quintana Paz que le embarga la duda de si el PSOE desprecia la inteligencia de sus votantes o simplemente conoce la inteligencia de sus votantes.
Para mí que es una figura retórica, claro. Yo, al menos, no
tengo la menor duda.
En cuanto dejamos de lado que se están dirigiendo a su
electorado, todo lo que declara esta gente ha de parecernos espantosamente
pueril.
…
Cuando todo el mundo hablaba de fake news algunos recordábamos que eso toda la vida de Dios se
había llamado bulo. Por qué no nos callaríamos. Ahora se llama bulo a cualquier
mentira, y más si se dice desde el gobierno. Que la amnistía tiene como fin
reconciliar es un bulo. Pues no: no es lo mismo una noticia falsa que un
insulto a la inteligencia. Que los políticos se encariñan con las palabras y
todo lo implementan, lo escenifican o lo vehiculan, según la temporada.
…
Otro tuitero que no sabe a quién votar porque todos le han
decepcionado. Debe de tener dieciocho años recién cumplidos. Aquí todos hemos
votado al menos malo desde que nos alejamos de la adolescencia. Se vota para
limitar un mal, no para que se hagan nuestros deseos. De otro modo nadie votaría.
Calla: nadie votaría… nadie votaría… Mecagüen, pues no estaría tan mal, tú.
…
“España nunca ha ido mejor”, dice el figura.
¿Ya podemos sacar de nuevo el Lamborghini?
…simula ser un profeta… En cierto sentido [él y sus servidores] dicen la verdad; pero no es toda la verdad, y bien sabemos, aun por simple experiencia, que una media verdad suele ser la más burda y dañina de las mentiras.
Newman, Sermón
24, “La religión de estos tiempos”
Supongo que con música está bien.
La gente admira la religión siempre y cuando puedan admirarla como un cuadro. La encuentran maravillosa en los libros y [,] mientras puedan contemplar cristianos a distancia, hablan bien de ellos. Los judíos en tiempos de Cristo edificaban sepulcros a los profetas que sus padres habían matado; y ellos mismos mataron al justo de Dios. Dieron reverencia al Hijo de Dios antes de que viniera [,] pero cuando su llegada excitó sus pasiones e intereses, entonces dijeron: “Este es el heredero. Vamos, lo mataremos y será nuestra la heredad” (Mc 12, 7) así los cristianos cuando trabajan y hacen barrera a la soberbia y el egoísmo del mundo, disgustan al mundo y se ganan que “digan contra ellos todo tipo de maldad por mi causa” (Mt 5, 11)
J. H. Newman,
Sermón 12, “Profesión sin ostentación”, En Sermones
parroquiales, 1
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Vintila Horia dedica esta conferencia a uno de sus temas favoritos: los poetas como defensores de la dignidad y libertad humanas frente a las nieblas totalitarias de su siglo. No todos los poetas, por cierto: VH empieza distinguiendo a los que realmente han levantado la bandera de la libertad frente a los que, de un modo u otro, colaboran con esos vapores tóxicos que, de acuerdo con la imagen que él utiliza, ascienden de los infiernos y amenazan con ahogar a la humanidad.
Es también una requisitoria contra los filósofos, creadores
de esas ideologías que apestan el mundo. Frente a ellos se alzarían los poetas,
y el autor se centra especialmente en los del espacio soviético, como él solía denominarlo: Maiakovski, Esenin, Pasternak. Son, en efecto, quienes
reaccionaron de modo más visible contra el totalitarismo, ya que lo padecieron,
mientras que en Occidente muchos colegas se han vuelto aliados del enemigo. El
futuro de la libertad está en manos de esos a quienes el autor compara con los
provenzales, que sacaron a Europa de un tiempo oscuro, junto con los santos.
La conferencia es de 1959, antes de que publicara la novela
que le dio fama, Dios ha nacido en el
exilio, que de algún modo recoge esta temática.
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Se entiende, por otra parte, que Oscar Wilde dijera aquello de que la católica era una Iglesia de
santos y pecadores, y que para señores respetables ya estaba la anglicana. Sin
embargo, hay varios sermones en este volumen que tratan sobre el fariseísmo y
que parecen dar una respuesta anticipada (datan de 1829-32 más o menos) a esa
ironía wildeana: la tal respetabilidad no tiene nada de malo siempre que tú
cuides de no hacer tu limosna delante de
los hombres.
Me he quedado con bastantes párrafos que iré colocando aquí.
De momento, vaya esta frase que podría adornar un calendario: La alabanza del mundo se parece mucho al
desprecio. Sí, ¿no?
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...el primer grupo de la literatura moderna occidental que exploró sistemáticamente el fracaso de las creencias y la confianza existencial que a partir de entonces ha sido el tema principal de pensadores y escritores.
Citado por Darío Villanueva en "Azorín de nuevo en la RAE".
Uno necesita de vez en cuando estos subidones patrióticos...
Anouilh plantea una Antígona en clave existencialista y, por tanto, contemporánea: tan contemporánea que sitúa el asunto, de modo un tanto forzado, en nuestro tiempo, con café y con coches. La acción sigue una línea muy similar a la de Sófocles, pero es en el enfrentamiento entre Antígona y Creonte cuando nos damos cuenta de que los verdaderos motivos de la hija de Edipo son muy otros que el cumplimiento de un deber moral. Avisada por Creonte de la verdadera catadura de sus hermanos, se ve obligada a reconocer que anda buscando la muerte como rechazo a un bienestar ilusorio en el que viven todos los demás (al que en el diálogo se da el nombre impropio de felicidad) y del que es árbitro Creonte: la política no sería, así, sino el enojoso deber de mantener ese estado ilusorio (“yo dije sí” a ese deber), de espaldas a la condición trágica del ser humano. Los guardias serían los mejores representantes de esa inconsciencia.
Es un planteamiento que me recuerda al de Buero Vallejo en En la ardiente oscuridad. Solo que en Anouilh el personaje inquieto (y que causa el conflicto) es el que
reconoce la ceguera, es decir, el sinsentido del mundo, mientras que en Buero el conflictivo es el que se
empeña en creer que no hay ceguera, en superar la limitación.
Eso es al menos lo que veo en esta adaptación para RTVE, con
Teresa Rabal y Pablo Sanz como antagonistas, que cumplen bastante bien.
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El protagonista es un personaje, como todos lo suyos,
sensitivo y meditabundo, aunque mejor dicho es el autor el que siente y medita
por él. En esta ocasión sus sensaciones y sus meditaciones van hacia Santa Teresa, sobre quien el Femina Club le ha encargado un curso, y
hacia Andrea, a quien reencuentra en Biarritz, un antiguo amor quizá. La
acción, ejem, transcurre entre esta ciudad, Ávila y la aldea cercana a San
Sebastián donde vive Félix. Lo de inactual
imagino que alude a su afición por ciertas damas francesas del tiempo
revolucionario.
Siempre vuelvo a picar en Azorín, aunque a estas alturas ya sé que no voy a encontrar nada
nuevo. Pero da tranquilidad. Una tranquilidad algo triste, eso sí.
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Manuel Halcón
retrata lo que conoce, es decir, la clase alta andaluza. Anita Peñalver no es
una aristócrata, sino una burguesa terrateniente, una snob, y sobre el
esnobismo se hace teoría abundante en la novela. Aquí el término no lleva carga
negativa, pues Anita está perfectamente integrada en su sociedad. En los
tiempos de la literatura social, era todo un atrevimiento escribir sin el menor
asomo de crítica sobre un personaje así: rica, prendada de su belleza, que
simultanea la religión con los escarceos extramatrimoniales, que da a los
pobres de lo que sobra (“ir de pobres”: qué encantadora expresión) y frecuenta
los mejores hoteles. Pero no hay que pensar que estemos ante un chato cuadro
costumbrista con un personaje-tipo, porque la levadura, por así decirlo, del
buen hacer de Halcón hace cobrar
volumen a su personaje hasta conseguir, como dijo Pemán, “una de las creaciones de mujer más totales de la
novelística contemporánea”. Cosa que no pueden decir Ferlosio ni Goytisolo.
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Pero un día, en un malhadado barco, llega Teresa, la amada infiel, viuda del nuevo amante, y la muy ladina se echa de nuevo a los pies de
Gregorio. Segunda parte. Jacobo ya no es más que un estorbo, y él lo sabe. El
tío lo mantiene a regañadientes mientras él sirve, en el más trovadoresco de
los sentidos, a la enemiga recuperada. A partir de aquí intuimos el final
trágico.
E intuimos también que lo de Sodoma no deja de tener un
matiz irónico, porque el niño estaba en Sodoma antes de partir a España: el
viaje fue una manera de quitarlo de en medio para que su tío le hiciera
asimilar poco a poco que su madre había dejado a su padre e iba a tener un hijo
de otro hombre. Y no dejó de estar en Sodoma aunque Teresa y sus amigos
cubriesen su frivolidad bajo apariencias de una vida más arreglada. Sodoma no es tanto las prácticas narcosexuales cuanto el
egoísmo de los mayores, se vista de
cinismo o de hipocresía. Como sucede en otras novelas de Mercedes Salisachs, en un momento dado un personaje enuncia la
clave de la historia:
En el fondo [el niño] no es
más que una víctima de nuestro pajolero sistema de vida, un pobre desarraigado
del que todos han ido sacudiéndose como si fuera una mosca.
Amenísima y de impecable factura, como todo lo que escribe Salisachs. Y un cuadro despiadado de lo
que iba a suceder en España poco después, con la aprobación de la ley de
divorcio. Contribuyen especialmente a crear suspense e interés la adopción del
punto de vista del niño y la alternancia entre el presente y el pasado
inmediato.
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