21 julio 2023

F.Ibáñez

Tengo que interrumpir mi cadena de comentarios sobre el libro del señor Schlayer, pero qué remedio: ha muerto el hombre que más ratos divertidos me ha hecho pasar en esta vida, quizá junto a los guionistas, dibujantes y dobladores de la serie Merrie melodies de la Warner, y hay que decir algo, aunque ya se haya dicho casi todo.

Cuando me empezaron a comprar tebeos de Bruguera estaban a cinco pesetas, aunque eso duró poco: en seguida subieron a seis, siete, ocho… Bien, el caso es que en las historietas que más destacaba cada tebeo, por más largas y por ir en las primeras páginas, aparecía la firma F. Ibáñez, con un asterisco en lugar de punto. Era el primer Ibáñez que conocía, no en vano uno tenía ¿seis? ¿siete años? y no tenía noticia del señor Blasco ni del tipo que berreaba poemas de Alberti y de Góngora y que por esas mismas fechas seducía a todos los que jugaban a jugarse la vida contra el dictador.

En el DDT eran Pepe Gotera y Otilio, en el Din Dan Rompetechos, en el Tío Vivo el botones Sacarino, y en cuanto a Mortadelo y Filemón, creo que aparecían primero en Pulgarcito, antes de que saliera la revista titulada con el nombre del calvo con gafas. Se trataba de las estrellas de cada semanario y, como digo, llevaban la misma firma. Hay que decir que pillé a Ibáñez en su mejor momento, a raíz de publicar El sulfato atómico, que inauguraba las historias seriadas de la pareja de la TIA y que le consagró de modo definitivo. Si me preguntan qué selección se puede hacer de Ibáñez, mencionaría sin dudar esos títulos que van, aproximadamente, del 70 al 80, junto con las contemporáneas de los otros personajes citados.

¿Qué tenía de especial? Una capacidad sin límites para hacer un gag cuando todavía no te habías repuesto del anterior, de modo que te veías obligado a hacer una pausa para no fenecer de un shock. Y un arte sin igual para las caras de susto o de cabreo, sentimientos que eran todo el sustrato de sus historietas, y que nos servían, sin duda, de catarsis, como habrían dicho los griegos. Todo ello potenciado por los surrealistas “efectos especiales”, como los disfraces de Mortadelo o las increíbles armas ofensivas que se sacaban de la manga las víctimas de las meteduras de pata del socio.

En mis estantes luciría en lugar de honor una recopilación de toda su obra en ese período. Sin comentarios, por supuesto, y menos comentarios de listillos que quieran incidir en lo sociológico, como es tan desafortunadamente habitual.