17 mayo 2019

El gran Duque de Alba


Don Fernando Álvarez de Toledo murió convencido de que no había ahorcado a nadie que no lo hubiese merecido, lo cual le daba la necesaria tranquilidad de conciencia para afrontar el trance. Es lo que me sorprende de cualquier época pasada: la facilidad con que se daba el pasaporte al prójimo, incluso por delitos menores que el asesinato. ¿Fue cruel el Duque de Alba? No más que cualquiera en su lugar, encargado de reprimir una rebelión de semejante alcance como la de los Países Bajos. Creo que habría ido a la muerte con menos paz si se hubiera retraído en ejercer esa represión, como era su deber.

Los rebeldes se encargaron de magnificar su maldad hasta el punto de representarlo como una especie de Vlad el empalador o de ogro comeniños. Y sin embargo sus enemigos no daban caramelos a nadie, como supieron a su tiempo los católicos de los Países Bajos. Alguna vez, para asustar, hicieron correr el rumor de que Felipe II quería implantar en Flandes una inquisición al estilo español, pero, como ya había advertido el rey, “la que tienen allí es más despiadada que la de aquí”.

El libro de William S. Maltby, cuya reedición, corregida y aumentada, corrió a cargo de la editorial Atalanta (cuyo propietario es Jacobo Siruela, descendiente del Duque) en 2007, me parece un modelo de equilibrio y ponderación. Consta de catorce capítulos, cada uno con un título orientador, más un epílogo y un prefacio del propio Siruela, que aporta algunos retratos del biografiado. Buen trabajo por parte de autor y editor.

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