16 enero 2018

Mark Twain, la religión y la cosita

Hay un momento en que, si los ángeles pudieran burlarse, estallaría en el cielo una solemne carcajada por la insensatez en la que incurren los poderosos, los sensatos, los cultivados, ¡precisamente cuando se vuelven impíos!

Esta reflexión de Romano Guardini viene al pelo cuando acabo de leer algo sobre las sátiras de Mark Twain contra la religión, en un panfleto reseñado hace años por Luis Alberto de Cuenca, en el ABC. Como de costumbre, LAC se muestra entusiasmado con su reseñado (todavía estoy por leerle una crítica negativa), pero yo no pude menos de pensar que casi todos los argumentos contra la religión, por inteligentes que sean los que las hacen, superan en poco a aquel pariente mío que decía que, si Dios estaba en todas partes, ¿también estaba en la mierda?

En realidad, el que arremete de modo tan grosero contra la religión suele hablar bajo el influjo de las pasiones, sobre todo de una. Mark Twain lo demuestra cuando arguye que los hombres están locos por inventar un paraíso del que esté ausente la actividad sexual: como si a un tipo perdido en el desierto, dice, se la apareciera un genio que le ofreciera todo menos una cosa, y el tío excluyera precisamente el agua. ¿Ven a lo que me refiero?

Y sin embargo, los paraísos inventados por los hombres son los que de hecho están habitados por valquirias y huríes. Que el asuntillo sexual esté ausente del paraíso cristiano (porque va infinitamente más allá de nuestras pobres expectativas) no deja de ser una prueba de su carácter revelado, es decir, de su verdad. Pero anda.