17 septiembre 2016

Ver a Cristo, ver a Mahoma


Leo a uno de mis publicistas favoritos: "Ahora llaman a nuestra puerta cientos de miles, quizá millones, de refugiados que huyen de la guerra y el hambre; es Cristo quien viene, pero Europa lo ve como un peligro y, paralizada por el pánico, se atrinchera detrás de sus muros".

Y pienso que lo que yo veo es justamente lo contrario: que son los gobernantes que más apuestan por la laicidad y los que se están cargando a Europa con sus políticas antifamiliares quienes más partidarios se muestran de abrir las puertas, mientras que los celosos de la identidad europea y cristiana optan por mantener bajo control el fenómeno migratorio. ¿Extraño?

No tanto si uno aplica la sencilla operación que proclamaba el castizo personaje de La verbena de la paloma: distinguir. "Porque tú, a veces, no distingues".

Si yo soy cristiano, tengo que ver a Cristo en cada persona que se cruza en mi camino: porque él vive, o está deseando vivir, en Alí, en Nelson Francisco o en Tsvetelin, y por Alí, por Nelson Francisco y por Tsvetelin ha dado toda su sangre. Y por eso merecen que los trate como lo haría con el mismo Hijo de María.

Pero si yo soy político, estoy obligado también a ver a Mahoma. Y Mahoma significa problemas. Y yo estoy ahí para procurar el bien de mis ciudadanos. Por eso encuentro perfectamente compatible mantener con mi dinero a uno, a dos o a diez refugiados, hasta que puedan regresar a su país en paz, y promover políticas de control de la inmigración cuando existe un riesgo cierto de conflicto social o de entrada masiva de individuos peligrosos en un contexto internacional de alerta por terrorismo. Tampoco es cristiano chuparse el dedo.