02 agosto 2016

Identidad


Ángel Ruiz comenta su coincidencia con Rafael Sánchez Ferlosio en el rechazo que les producen a ambos una persona y un concepto, cada cual por su lado: Ortega y Gasset y el término identidad. Es curioso, porque, a pesar de Juan Pablo II, yo tampoco puedo evitar ciertas reservas hacia el concepto de marras, cuando se refiere a lo colectivo. Tengo la sospecha de que poner la identidad como norte acaba llevando siempre a la exclusión de alguien.

Hay señas de identidad en los pueblos, no cabe duda. Sin eso, el propio Ortega (ya que se le menciona) se tendría que haber envainado muchos de sus escritos. Es la historia quien va decantando la identidad de cada nación, de cada comunidad, o pueblo, o etcétera. Hay que contar con ella y es un valor que hace que tengan sentido frases como "me caen bien, o mal, los franceses", a pesar de la ironía de Chesterton ("no los conozco a todos", respondía cuando le pedían opinión sobre un determinado pueblo). Pero empeñarse en preservarla a toda costa puede degenerar en nacionalismo y restricciones a los derechos humanos. En definitiva, ninguna identidad es "irrevocable", como decía José Antonio de España. Lo que ha modelado la historia la propia historia lo puede cambiar.

Por supuesto, la palabreja se usa mucho en relación con las masas inmigrantes que afluyen a Europa. Si la defensa de la identidad tiene que ver con muestro respeto a las libertades, a los derechos humanos, al pluralismo político, si nos sentimos orgullosos de identificar lo europeo con todo eso, es otra cuestión. Uno puede plantearse hasta qué punto todos esos valores no se van a poner en almoneda con la irrupción de grandes masas de población islámica. Son valores irrenunciables, pero que deseamos universales y sin especiales vínculos con una identidad.

Por lo demás, a mí no es Ortega quien me produce rechazo, sino el propio Sánchez Ferlosio. Después de intentar el abordaje a algún artículo y alguna colección de escritos menores, decidí prescindir de él para los restos. Tal vez caiga una relectura de Alfanhuí. Releer El Jarama me parece una de las formas más lamentables de perder el tiempo. Fue un experimento que se ha hecho su sitio en la historia como el urinario de Duchamp o el blanco sobre blanco de Malevich. Ahora andará el pobre curando el último acceso de rabia por la Jornada Mundial de la Juventud. A su edad estos sustos son peligrosos.