26 julio 2016

dios [sic], dioses


Leyendo el tomo de poesía titulado Centuria, de la colección Visor, compuesto de poemas del siglo XX que seleccionan diversos poetas y críticos, me llama la atención la frecuencia (relativa) con que estos poetas y críticos se refieren a los dioses, o escriben dios con minúscula. ¿A que dioses se referirán?, pienso. ¿A Thor, Odin, a Hermes, Afrodita, a fetiches africanos, a todos ellos? Juan Ramón Jiménez es el más destacado: "Los dioses no tuvieron más sustancia que la que tengo yo", o algo así, comienza su celebrado Espacio.

¿Pintan algo los dioses en nuestra vida, a estas alturas?, me pregunto con timidez. Que hable así un antropólogo o un ensayista cuando adopta un enfoque amplio referido a la historia de la humanidad, como Jünger por ejemplo, tiene sentido. Pero en estos lugares de que hablo, lo cierto es que si escribimos Dios, con la mayúscula normativa del nombre propio, el significado no cambia mucho, o a mí me lo parece.

Uno no sabe si pensar en respetos humanos (a ver si van a pensar que yo, con estas barbas, creo en el Dios de mi abuela), en deseo de que Dios no exista y de igualarlo con los diosecillos paganos..., en puro esnobismo que ya ni lo sería, en gusto por la irreverencia heredado de los malditos... En todo caso, el fenómeno no pasa inadvertido, ya que el otro día Ignacio Ruiz Quintano se refería a "esos nuevos Fray Gerundio que escriben su Nombre con minúscula" (sic, con mayúscula en nombre: bravo, Quintano.)