28 mayo 2013

Es mi hombre



Una de Arniches: don Antonio y su hija Leonor malviven sin un empleo digno, cuando un amigo vivales le ofrece a él uno de inspector de una casa de juegos, un casino, vaya. El tal inspector tiene que exhibir artes de matón que no le van a don Antonio ni en sueños; pero puede más la desesperación y acepta. “El valor es una cosa que la tiene todo el mundo cuando le hace falta. ¿Qué valor puede tener un pobre muchacho que está de sacristán en unas monjas? Pues un día le llega su servicio, le visten de soldado, y hala, a donde le manden… Pues eso me ocurre a mí”. Esta es la moraleja secundaria de la obra (Arniches era proclive a las moralejas, porque lo era su público). La principal es que el auténtico valor no es el de los matones, sino el de los hombres como don Antonio, que bregan día a día por mantener a su familia. La cosa es que don Antonio acaba creyéndose su papel y se arrima a una tipa de más que dudosa reputación con la que dilapida el ciertamente jugoso sueldo que le paga el admirado dueño del local. Pero acaba entrando en razón, claro.

Como de costumbre, la gracia está en los diálogos más que en el conflicto o en los caracteres. “La calle o la peritonitis”, amenaza Antonio (rebautizado el Modoso) a los aprovechados que tratan de hacer trampas o montar gresca, mientras les arrima una pistola al vientre. El deje madrileño sale solo, aunque no esté escrito. Hicieron una película trasladando la acción a los años 60, para olvidar, a pesar de un López Vázquez haciendo lo que puede. Ese no es mi don Antonio.

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