02 marzo 2008

La invención de Morel


Durante su desarrollo creí ver en esta novela la mejor parodia de la filosofía moderna: un hombre conviviendo con un grupo de gente que resulta ser una pura ficción, realidad virtual, fantasmas. Luego se ve que las intenciones de Bioy no van por ahí, sino que se trata de una meditación sobre la inmortalidad, o sobre la transmigración de las almas, desde el punto de vista de la tecnología. Pero es inevitable ver también ahí algo de parodia cuando lo leemos en este año 2000, con toda esa peña especulando sobre la inmortalidad a propósito de los clones y del genoma. En efecto, con una técnica y un estilo tremendamente borgianos (pero, ¿quién ha influido en quién, si esta novela es de 1940?), Bioy nos sugiere una inmortalidad con algo de vampírico, pero conseguida no a través de los colmillos de un pequeño demonio sino mediante una sofisticada máquina. Estas personas virtuales no ven al hombre "verdadero" que ha llegado a su isla, y la cuestión es si tienen alma, o si llegarán a adquirirla. Y es el amor, también aquí, el resorte que impulsa a nuestro hombre a querer esa extraña vida espectral: amor constante más allá de la muerte, aun a costa de no tener carne, sangre, corazón. Alguien nos había contado esto ya, sí, pero con vampiros. Con todo, me parece que, más que por sus parábolas o sus meditaciones sobre la inmortalidad, Bioy triunfa por su arte de contar, por su manera de crear suspense en torno a este hombre acosado, cuyos perseguidores no terminan de hacerse patentes.


Nota redactada en abril del 2000.