...si la ausencia de deseos y el conocimiento agradecido y humilde de la realidad no se parecen a la felicidad, prefiero no llegar a conocer dicho estado de ánimo.
El protagonista de La hermana, de Sandor Marai, enfermo e inmóvil.
CARTAPACIO DE JESÚS SANZ RIOJA
...si la ausencia de deseos y el conocimiento agradecido y humilde de la realidad no se parecen a la felicidad, prefiero no llegar a conocer dicho estado de ánimo.
El protagonista de La hermana, de Sandor Marai, enfermo e inmóvil.
Y este es el planteamiento de esta aparente novela rosa
(destripe sin piedad: no hay final feliz): la tragedia de un hombre cuya
oportunidad para rehacer su vida parece al alcance de la mano pero no la puede
agarrar, como si un cristal a prueba de balas se lo impidiera: no solo la vida
de uno se halla a un continente de distancia de la de la otra, sino que hay un
compromiso (el de ella) de por medio. Por lo demás, ¿podría funcionar algo
fundado en un enamoramiento repentino y en una sinceridad parcial?
Una vez más Salisachs
brilla a gran altura en el análisis de los sentimientos, a menudo, sin embargo,
con cierta oscuridad expresiva, lo cual puede ser un lastre más que una
cualidad.
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El filósofo José Gaos cuenta en sus Confesiones profesionales que a veces Ortega y Gasset lo llamaba por teléfono para pedirle que lo acompañara a la Sierra de Madrid porque necesitaba un interlocutor para poder pensar.
Título y texto de Gregorio
Luri, El deber moral de ser inteligente,
prólogo.
La política puede ser relativamente honesta en los momentos en que la historia camina con paso tranquilo; en sus tormentas críticas, la única regla posible es el viejo adagio según el cual el fin justifica los medios. Nosotros hemos introducido el neomaquiavelismo en este país; los otros, las dictaduras contrarrevolucionarias, nos han imitado torpemente. Nosotros hemos sido neomaquiavélicos en nombre de la razón universal: esta es nuestra grandeza; los otros lo son en nombre de un romanticismo nacional; ese es su anacronismo. Por esto, a fin de cuentas, la Historia nos dará la absolución a nosotros, no a ellos…
En El cero y el infinito, “Segundo interrogatorio”, capítulo I.
De eso debían de estar todos convencidos. Al fin y al cabo,
es lo que dijo Fidel Castro cuando
lo detuvieron. La historia no sé, pero sus contemporáneos, aún hoy, son
enormemente más indulgentes con el comunismo que con otras dictaduras, salvo en
Europa del Este. Sin embargo, no creo que la causa sea la que aduce aquí
Rubashov. Los comunistas han sido maestros, entre otras cosas, en el arte de la
propaganda. En eso llevan años luz de ventaja y va a ser muy difícil
revertirlo.
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Mercedes Salisachs nos trae otra de sus historias de malcasados: muy buen producto si no lo hubiera ofrecido ya otras muchas veces, con aliños diversos. En esta ocasión el aliño también nos es familiar: el mundo del más allá, que aparece en Desde la dimensión intermedia, y la alternancia entre las experiencias ultraterrenas del protagonista y los desencuentros conyugales, muy terrenos ellos. Allí se trataba de los últimos momentos, preñados de lucidez, del muerto; aquí la autora se inventa un Valle que todavía no es el purgatorio, donde los muertos impenitentes gozan de una última oportunidad, con la ayuda de su ángel custodio. No es que sea muy ortodoxo así a la letra, pero en su espíritu late ese Dios misericordioso que no abandona a su criatura a no ser que ella se empeñe en rechazarle.
El cirujano Sergio Maritania se casa con Juana Bernal por su
belleza y su bondad, mientras que en ella coexisten la admiración y un amor
juvenil, no muy afianzado. El distanciamiento se produce a medida que él revela
una tremenda inseguridad que en lugar de buscar apoyo en su mujer opta por
desdeñarla en sus aspiraciones artísticas y buscar otras mujeres que nutran su
ego. Cuando muere en un accidente de tráfico, el custodio se encarga de
iluminar su conducta y despertar su contrición.
La obra ofrece interesantes sugerencias sobre el amor real y
aparente, sobre el autoconocimiento y el olvido de sí, sobre el dolor y el
egoísmo. Pero, una vez más, pesa la acumulación de desgracias a lo Sautier Casaseca y las caídas en un barroquismo
expresivo que empalaga más que agrada.
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Joseph Pearce trata de sacar a la luz “la clave católica oculta en su literatura”. Para ello parte de la base de que la cabal interpretación de una obra es la que se ajusta a la intención del autor, para lo cual habrá que bucear en su biografía: es decir, lo que José Miguel Ibáñez Langlois llama “la falacia biográfica”, que tiene, entre otros, el inconveniente de que dicha “intención del autor” puede fácilmente acabar coincidiendo con la tuya propia, sobre todo tratándose de muertos. Eso no impide que la vida del autor pueda, en efecto, arrojar luz sobe su obra, ni que el análisis de Pearce sea válido, o al menos tan plausible como otros.
Lo de “su literatura” peca de excesivo, porque Pearce limita su estudio a tres
obras de Shakespeare, bien que de
las más conocidas y logradas: El mercader
de Venecia, Hamlet y El rey Lear. El autor tiene siempre
presente la amistad del de Stratford con Robert
Southwell, jesuita y poeta que fue ejecutado durante la persecución de
Isabel I contra los católicos. En estas obras se hallan parafraseados algunos
de sus versos y la visión católica que entrañan. Hamlet, por su parte, estaría
defendiendo un concepto realista y cristiano de la vida frente a los “maquiavélicos”
y “nominalistas” Claudio y Polonio. Algo similar sucede en El rey Lear, que presentaría el conflicto entre un Estado moderno
que se atribuye facultades omnímodas y una heroína, Cordelia, que defiende la
dignidad humana tal como la entiende el cristianismo.
Como digo, se trata de una interpretación plausible,
estuviera o no conscientemente en la mente de Shakespeare cuando escribía estas obras. Y, desde luego, mucho más plausible
que la de aquel al que oí decir hace poco que no entendía cómo un cristiano
puede disfrutar a Shakespeare, cuyas
obras muestran que no hay Dios sobre nuestras cabezas. ¿Perdón…?
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