09 marzo 2019

El enano


No tiene nombre (solo una vez lo llaman Piccolino, pero puede ser un mote) y es una criatura amoral a quien no le importa matar. En todo caso es fácil compararlo con el intelectual nihilista contemporáneo. No es un bufón (le falta por completo el sentido del humor) pero está al servicio de príncipes, a los que juzga desde la altura de su inteligencia. Su enanismo le inscribe en una casta que sabe que solo puede ser solidaria de sí misma. Con todo, admira a su príncipe, que podría ser figura a su vez del político moderno, no menos amoral que su confidente.

La novela, en efecto, se sitúa en la Italia del Renacimiento, donde Maquiavelo pudo teorizar sobre lo que había visto (el príncipe “da la impresión de comprenderlo y dominarlo todo, o por lo menos de aspirar a ello... Pero es muy hipócrita... En cierto sentido es inaccesible”). El enano nos da un panorama de la vida en aquella corte, siempre desde su prisma escéptico e incapaz de comprender el amor... y de ejercerlo, pues los escarceos eróticos le producen solo asco. En cambio, ama la guerra y se enorgullece de pelear como el que mejor, mientras aborrece la corrupción por dinero. Pero no desdeña el recurso a la traición para sobreponerse al enemigo...

Novela, pues, de personaje a la vez que de ambientación histórica. Pär Lagerkvist convence. Un día de estos me cogeré el Barrabás, a ver qué tal.

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