19 agosto 2018

El deber moral de ser inteligente


En esta colección de conferencias y artículos, el profesor de Filosofía Gregorio Luri da razón del prestigio que se ha ido ganando de unos años a esta parte, tanto por su brillantez expositiva como por su sabiduría, en el sentido más clásico de la palabra. Salvo el texto titulado “Experiencia y educación”, donde hace una glosa de un libro de Dewey con un tono más especializado, el estilo es llano y para todos los públicos, por así decir. El tema es casi siempre, como en otras obras suyas, una defensa del sentido común en la educación, por encima de elucubraciones alejadas, en el fondo, de la realidad de la persona.

Algunas ideas a voleo: la condena de la pereza como vicio grave (“el que piense que puede ser perezoso sin ser además malvado está en un error”); la defensa del sentido crítico (“grande torpeza es de los mortales creer que los que acertaron en mucho acertaron en todo”, cita de Juan de Zabaleta); la “barbarie vertical” de los que piensan que se puede prescindir del estudio de las Humanidades; la vacuidad de la llamada pedagogía innovadora (“los centros docentes, en general, prefieren evaluarse más por la altura de sus propósitos que por la evidencia de sus resultados”); la necesaria autoridad (“los adultos estamos para dar la tabarra. Es decir, para marcar los límites de lo sensato”). Y, en todo momento, un tono amable aderezado con sentido del humor: “la condena de quien no hace nada es que nunca puede darse un descanso”.

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