09 septiembre 2017

Una pequeña ciudad de Alemania

La atmósfera de Bonn en esta novela es más bien opresiva: “era una casa oscura en la que alguien había muerto... Parecía que todos los habitantes de la ciudad, salvo los policías, hubieran huido después de oír la voz de alarma”. Bonn es casi sólo el cuartel general de estos funcionarios que no demasiado alegremente se encargan de mantener el tinglado de la guerra fría. John Le Carré casi nunca nos informa de su cargo, solo deja que lo adivinemos tras el nombre y el apellido, lo que no deja de ser una manera de humanizarlos en un contexto en que tenderíamos a pensar que no son más que piezas de ajedrez. Como de costumbre, son tipos a los que no elegiríamos para ir de juerga, más bien hastiados, eficaces como máquinas pero terriblemente frágiles en su humanidad. “Aquellos que tenían la costumbre de saludarse, lo hicieron; los demás se sentaron sin hablar en las sillas...”

La trama consiste en la investigación llevada a cabo por un tal Turner acerca de un tal Harting, que se ha largado con algo, como de costumbre. El factor humano, como en Graham Greene, se hace también presente a medida que se revelan los manejos y las motivaciones de Harting, pero no solo en este, sino también en los demás. Lo de menos es el miedo a una resurrección del nazismo, tan persistente en Europa desde la posguerra hasta acá (el miedo, no el nazismo). Hay, en efecto, un Karfeld que se está haciendo con la voluntad de muchos alemanes tocando la fibra patriótica y que al final, por supuesto, está relacionado con la investigación. Curiosamente, es un líder que se parece más a los actuales identitarios que a los nazis que acababa de conocer Europa (y cuya reaparición en aquel contexto era impensable, claro).


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