22 noviembre 2016

Mein Führer, mein Führer!


Resulta que Adolfo Hitler vive (estamos en 1975, o por ahí, que es cuando se publica la novela) y es el solitario que habita un viejo molino en una localidad catalana, lugar hasta donde le ayudaron a huir algunos de sus colaboradores.

Este es el planteamiento de la novela, pero no vamos a encontrar un thriller histórico, por supuesto, sino una meditación sobre la muerte, el mal y la identidad, como es habitual en Carlos Rojas. Un joven, el hijo de uno de los colaboradores del führer, cruelmente humillado por este, llega hasta allí con el ánimo de matarlo, cosa que además le había encargado explícitamente su padre. Ambos se encuentran y mantienen un tenso diálogo que abarca un día y una noche, tiempo bien pautado capítulo a capítulo por el autor.

Hitler quiere morir. Es lo que buscó toda su vida, pero sus atrocidades, lejos de provocar que alguien lo matara, no hicieron sino convertir a los demás en envilecidos lacayos. Lo cual no deja de dar un punto de humor grotesco a la novela, pero además ilustra la tesis que viene enunciada en los lemas de Camus y Dos Passos que la encabezan: "El hombre no puede condenar a los demás sin condenarse a sí mismo", y "Todo hombre es capaz de todo crimen", respectivamente. Es la toma de conciencia de esta abyección radical del hombre por parte del joven lo que motivará el desenlace, no menos grotesco, de este diálogo infernal, que se pone, también, bajo el signo del Minotauro, la bestia que buscó la redención en la muerte, según la interpretación de Borges que figura también al frente de la novela.

__