
De
Benedicto XVI me interesa tanto su magisterio como
sus opiniones, como me sucedía con
Juan Pablo II. Se trata de dos
cabezas de primer orden, tan grandes como sus corazones. En
Luz del mundo se
transparenta además una gran sencillez, que es virtud tanto más estimable,
justamente, en cuanto que se transparenta en vez de ostentarse. Y como la
sencillez, o la humildad, es la verdad, no niega el hoy papa emérito los logros
de su pontificado. Tampoco su dolor por esa sombra que le tocó afrontar, la de
los abusos sexuales por parte de curas, a la que dio respuesta contundente en
el documento que aquí se agrega como apéndice.
Es fácil decirlo ahora, pero parece que algo se atisba también aquí de
su futura renuncia al pontificado. En varias ocasiones se refiere a esa
posibilidad y a su falta de fuerzas. Sin embargo, es optimista con el futuro de
la Iglesia, a la que ve crecer ostensiblemente fuera de Europa y dar nuevos
frutos en el viejo continente. Las preguntas de Seewald son incisivas y
se dirigen a las cuestiones que los media han convertido en polémicas, pero Benedicto
XVI convierte siempre sus respuestas en una meditación de mucho mayor
alcance que lo que cualquier periódico es capaz de encajar.
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