03 agosto 2011
Hiperión o el eremita en Grecia
"Yo no concedo primeros premios", decía Gadi Becker en La chica del tambor, en su labor de seducción de Charlie, mientras le mostraba lo que se suponía que era el segundo lugar más hermoso de la tierra: una vista nocturna de la Acrópolis de Atenas desde la costa, o si no era la Acrópolis le andaba cerca, que ya me falla la memoria. Hölderlin nunca vio Grecia, pero en Hiperión consigue algo muy parecido al primer premio en la recreación de aquellos lugares, contemplados en sus momentos más exaltantes.
Grecia es, en Hölderlin, el lugar más propicio para que el hombre se funda con la tierra. Había un tipo alemán, un tal Fichte, que decía algo así como que yo soy el todo y el todo y yo somos uno. Este Fichte fue uno de los maestros de Hölderlin y Hölderlin fue quien mejor plasmó literariamente esta idea. Hiperión contempla a la tierra de Grecia como si fuese poco menos que su cuerpo místico. Habla de la naturaleza refiriéndola a su yo y viceversa, y ahora entiendo, más que antes, por qué dicen que la poesía de Vicente Aleixandre es más romántica que surrealista. Romántica en este sentido germánico, en el sentido de esta literatura tan alejada de lo que aquí, en España, hemos cultivado tradicionalmente.
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