09 mayo 2007

Nuestro padre san Daniel

San Daniel es el profeta, patrón de Oleza, la Orihuela literaria que se inventó Miró. Y su imagen en piedra es casi como un tótem en el grupo social que se nos aparece aquí, cerrado en sí mismo y sin esperanzas de futuro. La novela es un cuadro pintoresco, sí, de un mundo en descomposición, y se diría que la naftalina se impone sobre todos los otros olores que sabe extraer Miró y ponernos en las narices con su pluma genial.

Dicen que las novelas de Oleza son lo mejor de Miró. Qué quieren que les diga, comparado con El humo dormido, que es mi otra experiencia mironiana, Nuestro padre san Daniel me ha parecido a ratos una mera enumeración de flores y de arbustos. Algo que habría estado muy bien si te lo fuesen susurrando mientras paseabas por aquellos lugares. Pero así, a palo seco, llega a producir bostezos. Dicho sea sin desdoro de las cualidades de prosista de don Gabriel.

Es, digo, el cuadro de (más que el canto a) un mundo en descomposición. La sociedad aristocrática y clerical que profesa el carlismo como un suplemento a su religión, y a la que compadecemos por sus cadenas sólo porque nosotros nos hemos acostumbrado a las nuestras. Y Miró nos la presenta también con un tono bergmaniano, o pasoliniano, con algo en definitiva del cine psicológico europeo, abundante en miradas premiosas que son como preguntas formuladas a medias.

Nota redactada en junio de 2004.

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