26 mayo 2007

La busca

El Manuel de esta novela es un Antonio Azorín del lumpen, un abúlico que demuestra que en todas partes cocían las habas de la abulia, también entre pícaros y golfos. Y, como Azorín, Baroja necesitará una trilogía para desplegar el aprendizaje (o anti-aprendizaje) de su antihéroe. Aquí lo vemos en su fase inicial, la del espectador, si así puede llamarse. O más bien, la del que empieza a mirar el panorama del mundo con no muchas esperanzas de encontrar algo en él.

Lo que sorprende es la extrema diferencia de estilo con respecto a Azorín. En este, no pasa nada. En Baroja, no dejan de pasar cosas. El alicantino las comenta con demora, saboreando el discurso: quiero decir, las pocas cosas que van ocurriendo, o de las que se habla. El vasco despacha cada suceso o cada presencia con dos frases cortantes, escupiendo las palabras. Se diría que se ve obligado a contar su historia, más que hacerlo por gusto.
"Llevaba ocho años de buscona y tenía diecisiete. Se lamentaba de haber crecido, porque decía que de niña ganaba más". Frases así, sin comentario, en su cruda desnudez, esmaltan toda la novela y la convierten en el tópico descenso a los infiernos, o al fin de la noche, que diría el otro. Uno se acuerda de las descripciones lacónicamente crueles de Dashiell Hammett, o a veces del Valle-Inclán de Luces de bohemia, como cuando llama a las busconas vestales del arroyo.


Nota redactada en mayo de 2004. Sí, el libro era preceptivo en COU. Por eso quizá no lo leí hasta esa fecha.

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