28 agosto 2025

De la recta intención al escándalo cierto

Hay dos clases de agnósticos: los que lamentan no poder creer en la revelación, pues comprenden su belleza y su justicia; y los que se alegran de no necesitar creer en ella, porque así pueden matar, robar, oprimir, y lujuriar sin temor a ser castigados cuando mueran. A mi entender, la mayoría de los autores modernos dignos de mérito pertenecen al primer grupo. Cuando Lytton Strachey escribió acerca de los defectos que encontraba en los caracteres del cardenal Manning, de Florence Nightingale, del general Gordon y de la reina Victoria, estoy dispuesto a creer que no le guiaba un impulso menos noble que el deseo de hacer conocer imparcialmente la verdad. Sin embargo, se equivocó en un doble aspecto. Como hombre inteligente que era, debiera haber sabido que lo verdaderamente sorprendente no es que el cardenal Manning fuera en algún momento un hombre ambicioso y de pocos escrúpulos, sino que un hombre ambicioso y de pocos escrúpulos llegara a ser un cardenal Manning. Porque, el que un pecador se remonte a la práctica de la virtud es prueba mucho más contundente de la gracia de Dios, que no prueba de la inevitabilidad de la victoria satánica el que un hombre virtuoso caiga una o dos veces en el pecado. La segunda cosa que debiera haber sabido Strachey es que, por muy elevada que sea la intención que le dicta, el derrotismo es en definitiva un peligro para la sociedad. Lo es, porque la mayoría de los lectores son tan estúpidos que no saben ver el fin moral perseguido por el autor, como es el conocer y dar a conocer la verdad, y, en cambio, llegan a la conclusión de que nadie en el mundo obra inspirado por un desinteresado amor a Dios o a la humanidad, sino que incluso los mejores hombres son, consciente o inconscientemente, interesados y egoístas, y que ellos serían uno locos si no se volviesen también egoístas e interesados. Tome, por ejemplo, a Mr. Noel Coward, cuyas comedias están teniendo tanto éxito. Yo estoy seguro de que a ese joven autor le guía una santa intención y que escribe sus comedias en calidad de sermones, pero no estoy nada seguro,en cambio, de que sea ese el espíritu con que el público va a aplaudirlas.

Padre Smith, en El mundo, la carne y el padre Smith, de Bruce Marshall, capítulo XVI




26 agosto 2025

Narración de Arthur Gordon Pym

Poe se embarca (nunca mejor dicho y tal) en una de marineros y le sale bastante bien, pero se le nota el paño y pronto se ve que no es una Isla del tesoro o cualquier historia de Julio Verne o Emilio Salgari. Conforme avanzamos, lo macabro, lo inexplicable o lo vagamente sobrenatural va asomando, hasta que cobre protagonismo en la última parte. Por otra parte, la falta de costumbre hace que los episodios trepidantes coexistan con los tediosos: con estos últimos me refiero a largas descripciones de lugares y costumbres. Sobre el final, disputant auctores: ¿no pudo concluirla, lo dejó así adrede?, y si fue esto último, ¿fue por desidia o con plena intención de dejarnos tan intrigados como lo estaba la propia humanidad con respecto al continente antártico por aquellos años?

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23 agosto 2025

El mundo, la carne y el padre Smith

Una bienintencionada y simpática novela en torno a la actividad pastoral de un sacerdote católico en un medio protestante (un pueblo de Escocia) desde principios de siglo hasta casi la Segunda guerra mundial. La lucha contra “el mundo y la carne” hace a veces descorazonar al padre Smith, pero Dios le concederá ver con frecuencia el fruto de su trabajo, lo que le hace superar los momentos bajos. A ello ayuda también la amistad con los otros sacerdotes de su diócesis.

En su sencillez, resulta más realista (más cercana al “pecador medio”, por así decirlo) que las titánicas luchas entre el pecado y la gracia que nos presentan Bernanos y compañía. Tanto Smith como sus hermanos de sacerdocio y los fieles de ambas iglesias poseen visos de realidad que tampoco vemos en las grandes construcciones existenciales de nuestro tiempo y menos en los peleles de la narrativa hispanoamericana contemporánea, por ejemplo. Aunque solo sea porque estos personajes (los de Marshall) son capaces de virtud tanto como de pecado y de apreciarla cuando la ven (la virtud). El humor latente es otra de las bazas del autor, un humor que se advierte ligado al optimismo sobrenatural propio de la fe católica y que se sobrepone a dramas muy reales que incluyen injusticia y muerte.

En definitiva, la novela edificante que uno daría como regalo de fin de curso a un estudiante, en la época en que eran capaces de entender un libro.

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