31 agosto 2014

Todos quieren matar a Carrero


Sí, como en el Asesinato en el Orient Express de Agatha Christie, parece que todos tenían interés en quitárselo de en medio, al menos por lo que nos cuenta Ernesto Villar. Pero, a diferencia de aquello, aquí sólo el Argala apretó el botón. Y es curioso, tratándose de la persona que se trata, un tipo piadoso y ejemplar en el desempeño de sus funciones (Carrero, digo, no Argala). Uno piensa en aquello del libro de la Sabiduría: el justo nos molesta, nos sienta como una bofetada, da grima verlo, etc.

Nadie molestó a los etarras en sus merodeos por Madrid; les dejaron hacer un túnel a lo Rififí; se despreciaron informes que avisaban de la próxima comisión de un atentado fuerte ("al menos veinte indicios de que algo iba a ocurrir", se titula el extenso capítulo III); los servicios secretos parecen la TIA de Ibáñez; la escolta del almirante era ridícula y a nadie se le ocurrió que cambiara de itinerario; los políticos se expresan como si Carrero fuese un grano en retaguardia; los asesinos reciben la amnistía primero y luego mueren o los liquidan... En fin, tengo la impresión de que esta película ya la he visto y se titulaba JFK. Para redondear el efecto teatral, Villar añade un último capítulo donde recuerda una foto de Arias Navarro y Carmen Polo mondándose de risa a poco de ser nombrado el nuevo presidente... y un epílogo titulado "Qué a gusto nos hemos quedado sin él" (frase verídica de un tipo), donde veinte figuras de la época abundan en la impresión de que no se hizo nada por evitar la salvajada.

Se non é vero...

__