17 junio 2013

Inquisición y confianza


Como historia de la Inquisición, este es un libro tal vez prescindible: más bien sumario y poco estructurado, o al menos esa es la impresión que me da. Sin embargo, tal vez sea uno de los pocos que se plantea desde dentro de la fe cómo fue posible la existencia de algo tan aparentemente incompatible con un credo de caridad y misericordia. En este sentido, los primeros capítulos, aunque aparentemente superfluos, son decisivos. Tras su lectura, en efecto, nos damos cuenta de lo que significaba la herejía en una sociedad que tenía en la salvación eterna su objetivo vital; una sociedad que se identificaba con una Iglesia donde la infidelidad era el peor de los males.

El autor* nos pone también delante de los ojos el conflicto que se planteó a Iglesia (al Estado, menos) durante toda la vigencia del tribunal inquisitorial: cómo conciliar la necesaria libertad que implica el acto de fe con la obligación de preservar a los fieles de las doctrinas disolventes (y por tanto fatales, no lo olvidemos). Por lo general se hallaban de acuerdo en que el punto de partida era lo de san Pablo: amonestación privada, amonestación pública y, en último caso, excomunión. Fue la consideración del daño que el hereje podía causar a la comunidad lo que llevó a plantearse la existencia de un tribunal con efectos civiles. El mismo Carlos I, en Yuste, donde se preparaba a bien morir, dejaba fe de su arrepentimiento por no haber quemado a Lutero.

En otros puntos insiste el autor: que la Inquisición nunca se planteó la conversión forzosa de judíos o moros, sino la de los herejes, que, al fin y al cabo, estaban obligados por las promesas del bautismo; y que su entidad como órgano represivo es mucho más relativa de lo que por lo general se cree, sobre todo en lo que se refiere al uso del tormento, generalizado por entonces y que el Santo Oficio fue el primero en retirar, mucho antes de su abolición definitiva.

*José Carlos Martín de la Hoz. Ed. Homo Legens

__