24 agosto 2006

Democracia como concepto negativo

Una de las mejores cosas que se han dicho de la democracia es aquello de Winston Churchill: es “el peor de los sistemas posibles, a excepción de todos los demás”. Es una manera de renunciar a sobreestimar la democracia, a hacerla “morbosa”, en expresión orteguiana. En efecto, hablamos de un sistema político, no de las tablas de la ley de un universo llegado a su mayoría de edad. No es un punto ideal de arribada al que hay que aspirar y de cuyos esfuerzos por alcanzarlo deba hacer balance cada hombre al anochecer. Esa formulación negativa de la democracia puede evitar más de un desengaño. Podrá discutirse que sea lo menos malo que ha conseguido el ser humano para el buen desenvolvimiento de la cosa pública; pero si lo es, no es más que eso.

Pienso todo esto a propósito de un artículo de Manuel Ramírez en la revista de la FAES; un trabajo meritorio y (sin que esto sea un pero) muy discutible, titulado Cara y cruz de la Segunda República. Entre otras tesis, asienta el autor que aquellos prohombres que anhelaron la república, por encima de sus diversos credos políticos, la hacían sinónima de democracia. Eso, democracia, es lo que hay que leer en sus discursos cuando hablan de república. Esto ya me parece dudoso: democracia no era entonces el gastado eufonema con que hoy se evoca el bien en todas sus formas, sino un concepto del que podían predicarse cosas bien diferentes según lo utilizaran Francisco Largo Caballero, Salvador de Madariaga o Ángel Herrera, por ejemplo. Y ya se vio, muy poco después, cuan diversos proyectos tenía cada uno de ellos para tan deseada dama.

Partiendo de aquí, Manuel Ramírez concluye que lo que hizo fracasar a la segunda república fue la falta de una educación del pueblo en la democracia. Los españoles no habríamos asimilado los valores, los principios, la cultura, si se quiere, de la democracia porque tampoco los gobiernos movieron un dedo en este sentido.

Y aquí es donde me pongo en guardia: oír hablar de valores democráticos me suena a idealización de la democracia, a sacarla de su quicio político para erigirla en sistema moral o de creencias. Por el camino de una “educación en democracia” se llega a engendros como la asignatura estrella de la LOE, que absolutiza lo que no es absoluto e impone lo que es opinable. Si cuando llaman a tu puerta de madrugada es el lechero; si tenemos la posibilidad, mejor que la de poner, de quitar a un gobernante; si un ministro no es juez y un juez no es legislador; si todo eso y otras cosas que identificamos con la democracia han de ser posibles, será merced a principios que emanan de fuera de la propia democracia. Ella misma no puede dárselos. Se ha dicho muchas veces que sólo en una cultura cristiana ha podido florecer la democracia, porque sólo en el cristianismo se hallan esas convicciones sobre la dignidad y la igualdad de los hombres que la hacen viable y que van más allá de un puro acuerdo para no destruirse. Un déficit de cristianismo produce un déficit de democracia. Una “educación en democracia”, o en “ciudadanía”, es compatible con un poder instalado en la arbitrariedad: España, 2006.

Publicado en Minuto digital

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