30 julio 2013

¿Antiintelectuales? Pues bueno.


Va uno y se marca un libro con el título Los (anti)intelectuales de la derecha española. La intención ya se ve, pero el tío tiene que justificarlo, así que acude a un dato histórico cierto: el término intelectual, como sustantivo, nace en los años del asunto Dreyfus, designando a aquellos escritores, por lo general de izquierdas, que defendieron la inocencia del capitán frente a las gentes de orden (derechas) que le acusaban, movidos en parte por el muy extendido prejuicio antijudío de la época. Con el tiempo, el término se liberó de esa restricción significativa y pasó a designar a todo aquel que trabajaba con el intelecto: lo que en los tiempos antiguos era un filósofo, en la Edad Media un clérigo, en el Renacimiento un humanista y en el siglo XVIII español un literato. Y ello con independencia de las ideas del sujeto en cuestión. Pero ¿a qué dejar que la realidad te estropee un buen argumento, sobre todo si te permite sugerir, como quien no quiere la cosa, que los de derechas no piensan?

De todos modos, ¿por qué no seguirle el juego? Antiintelectuales: ¿y qué? Al fin y al cabo, una constante de los movimientos subversivos del pasado siglo ha sido el orgullo de contrariar los valores establecidos: se glorificó al antihéroe, se habló de la contracultura… Poco hay de vergonzoso en llevar la contraria a unos intelectuales que apoyaron el sistema político más sangriento de la historia y a otros que hoy son más orgánicos que los Pemanes o los Laínes de los 40: hoy los valores establecidos son los de la izquierda, hasta el punto de que lo que llamamos corrección política se basa en buena parte en ellos. Asi que, si yo viviera de escribir, no lo dudaría: he aquí un antiintelectual.

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23 julio 2013

Lección magistral


El soldado Bucky Paige está desolado porque su mujer le escribe diciendo que se ha enamorado de otro tío. Le deniegan el permiso para ir a casa. Su amigo le lee la cartilla.


--Entonces ve allí de todos modos. ¿Qué tienes en los extremos de tus brazos, nenúfares? –Levantó una de las muñecas de Paige y la dejó caer de nuevo--. Te pusieron los puños aquí para algo, ¿no crees? Lucha por ella. Tienes que pelear para separarlos. Tal como yo lo veo, si no lo haces, eres un gallina. Probablemente el tipo ni siquiera valga la pena. A mí me pasó algo parecido. Al principio de nuestra relación, tuve que partirle la cara a un tipo que tonteaba con mi Sadie en el paseo de Coney Island. Desde entonces –concluyó, dándose un puñetazo en la palma de la mano--, no hemos tenido el menor problema. Todo lo que ella hace es quedarse en casa y parir hijos.

En Cornell Woolrich, Rendez-vous en negro.

La última frase puede parecer desafortunada: hablamos de una mujer, no de un animal doméstico. Pero si ella se comporta como tal…

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18 julio 2013

Aventuras del bachiller Trapaza

“Quintaesencia de embusteros y maestro de embelecadores”. La picaresca del siglo XVII rivalizaba en buscar subtítulos que ponderasen el arte de sus protagonistas a la hora de engañar al prójimo. Esto ponía de los nervios a Gregorio Marañón, que lamentaba que estas novelas diesen de España una visión tan lamentable. En todo caso, quien piense que España era lo que la picaresca transmite habrá olvidado que toda novela aplica un foco a la realidad y con frecuencia transfigura, en mejor o en peor, lo que capta el foco.

Pero mucha vida real del siglo XVII sí que está presente allí, y leer a Castillo Solórzano, como a Espinel o a Salas Barbadillo, es un ejercicio de documentación sobre costumbres, vestuarios, tipos humanos del momento.  Hernando Trapaza es natural de Zamarramala, “a media legua de Segovia” (hoy están prácticamente juntas), villa que al parecer era famosa por sus natas, y es hijo de Pedro de la Trampa y Olalla Tramoya.  Castillo era así, ingenuo en sus planteamientos, porque con él nacía la novela comercial, y el lector tenía que carcajearse con los personajes desde su mismo nombre, bien alusivo en este caso a lo que iba a ser su vástago. Ya el autor del Lazarillo, que no se negaba a una lectura superficial de su obra, había hecho a su héroe hijo de Tomé González.

Y el resto podemos imaginarlo: trapacerías, desengaños, enredos amorosos, ir de un amo a otro, de un socio al siguiente… y también, siguiendo el uso del momento, novelas y poemas intercalados. Y empezaban a hacer su aparición las sagas: Castillo termina con el anuncio de las próximas aventuras de la hija de Trapaza, polilla de la corte, dice, aunque acabó siendo La Garduña de Sevilla y anzuelo de las bolsas.
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14 julio 2013

Operación triunfo

Quizá estuviera totalmente equivocado, pero una cosa hay que no se le puede negar: fue un hombre capaz de elevarse desde cabo del ejército alemán a Führer de un pueblo de ochenta millones de personas... Para mí, el éxito alcanzado por Hitler era razón suficiente para  obedecerle.

Adolf Eichmann. Citado por Hannah Arendt, por supuesto.

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13 julio 2013

Un progresista incomprendido


Debemos conceder a los enfermos incurables el derecho a una muerte sin dolor.


Adolf Hitler, decreto de 1 de septiembre de 1939, que según Hannah Arendt dio origen a las primeras cámaras de gas. En Eichmann en Jerusalén.

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11 julio 2013

Un pionero

Era realmente un asunto médico puesto que fue dispuesto por médicos. Era una cuestión de matar. Y matar también es un asunto médico.

Robert Servatius, defensor de Adolf Eichmann. Citado por Hanna Arendt, Eichmann en Jerusalén.

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01 julio 2013

La envidia igualitaria


A Gonzalo Fernández de la Mora le interesa más criticar el igualitarismo que analizar la envidia. No es un moralista. Por eso la primera parte del libro, que es una visión histórica de lo que se ha pensado acerca de este vicio, está de más, es anodina e interminable. De hecho creo que el exceso es el pecado de todo el volumen. Cuando busca razones para demostrar la desigualdad de los seres humanos, se lanza a una lección magistral sobre los cromosomas y los genes, a todas luces superflua. Es como si no hubiera entendido que el adjetivo igual, iguales, tiene un gran potencial analógico, es decir, que no expresa lo mismo, ni mucho menos, en todos los contextos. Que no somos idénticos no necesita demostración, y no es eso lo que pensaban los redactores de las diversas declaraciones de derechos humanos.

Estoy conforme en que es la envidia lo que da origen, en parte al menos, a las ideologías igualitarias; pero, para barrer todo vestigio de racionalidad a la idea de que somos iguales, Fernández de la Mora procede por reducción al absurdo y se ríe incluso del principio de igualdad ante la ley con el argumento de que la ley no es igual en todos los tiempos y países, y lo mismo hace con la igualdad de oportunidades, oportunidades que, está claro, no dependen solo de la buena voluntad del gobernante. Y te encuentras a menudo con este tipo de obviedades, envueltas eso sí, en el cultísimo lenguaje que caracteriza a nuestro autor, pero que aquí se me antoja pedante: ¿cómo tomar en serio a un hombre que dice fruir por "disfrutar" o abscóndita por "escondida"?

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